Sin duda, creo que todas las primeras damas de Sinaloa que he conocido, desde Alfonso G. Calderón, con Aidé Barraza, luego la esposa del gobernador Antonio Toledo Corro, Estela Ortiz, más tarde surge la figura de María Teresa Uriarte, esposa de Francisco Labastida Ochoa. Con el arribo de Renato Vega a la gubernatura, su esposa Juany Carrillo fue la primera dama, mientras que con Juan S. Millán lo fue Lupita Pietsch de Millán, con Jesús Aguilar llegó también Rossy Camacho Rojas, con Mario López Valdez fue Alma Sofía Carlón, y ahora con Quirino Ordaz es su esposa Rossy Fuentes de Ordaz.
Todas estas mujeres han sido brillantes primeras damas, y todas han desarrollado su trabajo en el gobierno con atinada diligencia y responsabilidad, sin ninguna aspiración política y tan solo el propósito de servir, como creo reitero, es la conducta de la ahora primera dama de Sinaloa, la señora Rossy Fuentes.
Todas ellas, que yo recuerde, desde el gobierno de Labastida hasta nuestros días, han dejado huella a su paso por la responsabilidad política, moral y social, que la ha investido su cargo, que aunque inexistente en la ley, ha sido una costumbre establecida, asumiendo institucionalmente la dirección del sistema DIF estatal.
Una característica que les ha distinguido a todas ha sido tener criterio propio y personalidad suficiente para valer y hacer valer sus ideas y proyectos cuando estos han sido para impulsar políticas públicas, incluso más allá de su responsabilidad en el DIF.
Hay un caso que nos tocó vivir como experiencia personal en el gobierno de Jesús Aguilar, cuando un joven que trabajaba en un vivero fue “levantado” y sus padres rápido se movilizaron para exigir su presentación, acudiendo al apoyo de todos y así se organizó un plantón en la puerta de la casa de gobierno para que el gobernador atendiera el caso, sin que Jesús Aguilar respondiera a las protestas.
Fue doña Rossy de Aguilar quien abrió la puerta de la casa de gobierno, salió en sandalias con sándwiches y refrescos en mano y lo primero que dijo fue: “aquí quédense hasta que los atienda, la vida de ese muchacho es lo que importa”.
Y seguramente todas las demás tendrán muchas anécdotas qué contar de su paso por esa gestión de primeras damas, pero ninguna, creo, se ha propuesto políticamente más allá de la responsabilidad de gobierno que les tocó en los momentos que sus esposos fueron gobernadores.
Han sido más las voces de quienes quisieron sacudir el pandero político, de los amigos y buena parte de los “queda bien” que pretenden “llenar de aire” alguna cabeza e incluso conseguir algunas indulgencias de parte del gobierno.
Hasta hoy no hay ninguna primera dama que haya pretendido algo por el estilo y tampoco es el caso de la ahora primera dama, Rossy Fuentes, ni tampoco del gobernador Quirino Ordaz, sino más bien, insisto, son más impulsos “cilindreros” – como decimos de alguien quien pretende “darles cuerda”, o piola, a otros – con algún propósito personal.
Qué bueno que ha ocurrido así, y que esa insana política no se ha hecho presente en Sinaloa, prevaleciendo la institucionalidad y el buen criterio de estas distinguidas damas durante décadas, conducta que ha ayudado al ejercicio de los gobernadores y que ahora no es la excepción con Rossy Fuentes.
Porque la verdad no conozco relación de matrimonios en el gobierno donde hayan incursionado ambos en la búsqueda del poder que haya terminado bien, o tenido algún éxito.
Aquí ha existido prudencia, tolerancia y respeto, y creo que así van a seguir. Hay muchos ejemplos de fracasos, como Winy Mandela o el caso de Kirchen en Argentina o el de Brasil, que aunque no fueron pareja Dilma Rouseff y Lula, terminaron defenestrados ambos.