Para mi amigo Cuauhtemoc Reyes Moreno, un fuerte abrazo junto a toda su familia por el lamentable deceso de su amado hermano Jorge Luis. DEP
Lo que se puede considerar como el mayor acuerdo en las últimas cuatro décadas en materia de narcotráfico y seguridad es el paso que dio la presidenta Claudia Sheinbaum con la entrega al gobierno de Estados Unidos de 29 narcotraficantes reclamados por la justicia de aquel país para sellar con ello un pacto de cooperación en materia de seguridad y narcotráfico.
Para casi todos, la medida fue una sorpresa, tanto por lo espectacular como por lo sorpresivo y también lo emblemático, luego de casi un mes de grandes especulaciones sobre cuáles serían las condiciones con las que el gobierno mexicano llegaría al 4 de marzo, día en el que se realizarían las diferentes reuniones entre México y Estados Unidos, particularmente en materia de narcotráfico, migración y comercio, donde se resolvería si se aplicaban los aranceles de Estados Unidos a México o no.
El gran dilema prevalecía precisamente en materia de seguridad y narcotráfico, porque ya se habían tomado medidas comunes contra la migración desordenada y anárquica, lo mismo que para las diferencias en comercio.
Donde las cosas se habían complicado más, máxime la presencia de fuerzas militares estadounidenses en aguas internacionales del golfo de California, los vuelos de reconocimiento para recoger información de la fuerza aérea norteamericana y la declaración de diversos personajes del gabinete de Donald Trump, como el jefe del Pentágono, habían elevado la tensión social y se originó un dilema sobre el riesgo de una intromisión estadounidense en territorio mexicano.
La reacción del gobierno mexicano sin duda convoca a muchas lecturas, pero de entrada ha desactivado el riesgo de una guerra comercial entre México y Estados Unidos, reconociendo que la entrega de los 29 narcotraficantes no es para resolver las diferencias, pero sí resulta útil para desactivar el conflicto y disminuir la presión a la que venía siendo sometida la presidenta Claudia Sheinbaum por Donald Trump, y ganar tiempo para recomponer sus condiciones para la solución que se le dará a los conflictos que subsisten.
Desde el ángulo de interés que se le ve a la medida del gobierno mexicano, no se le podrá regatear y mucho menos negar el efecto positivo para la relación México-Estados Unidos, porque evita de inmediato una eclosión, como lo indicaba la guerra de aranceles, porque permite tomar la iniciativa política en parte de la relación bilateral y porque lanza un mensaje radical, por lo menos a la irresponsabilidad y frivolidad del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ante problemas graves como la inseguridad y el narcotráfico, que han repercutido seriamente en la gobernanza y la descomposición del servicio público.
Por eso no es casual, la persecución «en caliente» que se desplegó en contra del exgobernador de Michoacán, Silvano Aureoles Conejo y su gabinete de gobierno, como tampoco la reacción de los líderes de Morena, a los que la presidenta Claudia Sheinbaum dejó, por lo menos, perplejos y paralizados.
Tanto Adán Augusto López como Ricardo Monreal, líderes del Senado y de la Cámara de Diputados respectivamente, quienes no han atinado a dar una respuesta solidaria con la presidenta, sino que se han quedado pasmados como reflejo condicionado a una reacción contraria a esa decisión.
Y más todavía cuando se despegó desde el sábado una cacería para capturar al exgobernador de Michoacán, la cual culminó el día de hoy con su captura en Jalisco, preguntándose quizá: «¿Y ahora quién seguirá?»
Lo cierto, al final del día, y ya que veamos los resultados de los acuerdos de mañana martes entre Trump y Sheinbaum, es que las especulaciones se detendrán o tendrán más fuerza, pero lo que sí es un hecho es la fractura política que se dibuja en Morena.
Silvano Aureoles era del PRD; ¿usted cree que ahí parará la cosa?