Finalmente, después de una larga espera, Andrés Manuel López Obrador es Presidente Constitucional. Una larguísima espera que asustó a los mercados, elevó la incertidumbre y se convirtió en un mecanismo de confrontación política con resultados aún inciertos.
Quienes esperamos del nuevo presidente un discurso conciliador que sanará las heridas dejadas por una campaña polarizada, nos decepcionamos. Andrés Manuel no le habló en su Toma de Protesta a todo el país. Le habló a los mismos con las mismas palabras. Campeón del reduccionismo, López Obrador recitó la misma perorata: mafia del poder, todo es culpa de la corrupción, la alta burocracia es la responsable de nuestros males nacionales.
Pero eso no es lo preocupante. Lo que es terrible es su capacidad para ofrecer soluciones viejas como ideas innovadoras. En un mundo que día con día prescinde de los combustibles fósiles, Andrés Manuel quiere construir una refinería. Usando el eufemismo “ajuste inflacionario”, nos dijo a los mexicanos que en tres años, las gasolinas bajarían de precio. Nadie fue capaz de reaccionar y exigir. El pueblo que le eligió le dio un cheque en blanco y está dispuesto a esperar esos tres años. Menuda manera de evadir los compromisos de campaña.
La llegada de AMLO al poder es, indudablemente, un antes y después en la historia nacional. Lo hace en un momento de la humanidad donde el desgaste de las democracias liberales elevó el nivel del hartazgo de todos los países. La democracia es un juego sumamente complejo de intereses y negociaciones y en la mayoría de los casos, de resultados mixtos y graduales.
El mundo decidió (y el pueblo mexicano también), ir en contra del camino trazado hace unos años luego de la caída del muro de Berlín. En vez de distribuir el político entre opciones políticas moderadas, decidió concentrarlo y hasta apostarle su futuro a extremismos políticos.
Andrés Manuel ganó contundemente la presidencia apelando a las emociones de un pueblo agraviado. Es cierto, los gobiernos anteriores fueron omisos en muchísimas cuestiones. Pero gobernar no es un acto sencillo, al contrario de sacar adelante una campaña política. Mucho menos conducir una política económica en un escenario tan complejo como una lucha comercial entre Estados Unidos y China.
El discurso obradorista está lleno de ocurrencias y de contradicciones. En el mismo momento en que reconoció a Peña Nieto por no haber intervenido en las pasadas elecciones decidió lanzarse, minutos más tarde, para destruir su obra política. El hombre que en campaña se mantuvo confrontado con la clase militar, halagó al Ejército Mexicano y le lavó las manos de las acusaciones de violaciones de derechos humanos de la que muchos de sus colaboradores le acusan. Imposible negar que el discurso más militarista de la historia, fue el de este 1 de diciembre de 2018.
En materia económica, se nos reveló que el nuevo Masiosare es el neoliberalismo. No hubo un solo momento en que la culpa de todo, hasta de la diabetes, no fuera este concepto económico. Desde ahí, el desdén por la técnica y los datos duros se hicieron ya, razón de la política pública.
Andrés Manuel reivindicó la lucha social como enemiga de la eficiencia económica. Los presupuestos equilibrados no sirven para él, si no hay asistencialismo. Una fórmula extraña, considerando que la mayoría de los países desarrollados sostienen a ambas sin prescindir una de otra.
Y, como si fuera necesaria la aclaración, nos dijo que no se iba a reelegir. Sí, el mismo Obrador que dijo que lo diéramos por muerto para el 2006. Sí, el mismo personaje que nos dijo que los corruptos son responsables de la pobreza y de la violencia, (a los que él, por su deseo) decide perdonar.
Totalmente arrodillados a su halo de superioridad moral, sus partidarios asumen que la voluntad del caudillo es suficiente. Nos han dicho que le demos chance, que apenas va entrando al Gobierno. Pero de la torpeza y de la tozudez de sus dichos, no escuchamos una sola crítica. De la emisión de bonos (tan parecido al Fobaproa), para refinanciar (y cancelar) el NAIM, no escuchamos sino vítores y halagos. Y nos recuerda esa frase tan famosa de Star Wars “y así muere la democracia, con un estruendoso aplauso”.
Las propuestas económicas de Andrés Manuel López Obrador suenan a ocurrencias más que a ideas prácticas. No le interesan los resultados, sino la ideología reinvindicadora de un pasado ya superado por la historia. El país del presidente es el de hace treinta años, congelado en una guerra fría y sin economías abiertas, sin contrapesos para el poder y sin desarrollo de instituciones.
Las masas han hablado. El caudillo ha escuchado. Contradecirlo merece el juicio de la Santa Inquisición de las redes sociales. Disentir se ha convertido en mérito suficiente para ser catalogado de mal mexicano y sufrir el acoso de la propaganda digital del nuevo régimen.
Más allá de cualquier escenario, tenemos que preguntar, ¿morirá el pensamiento crítico y la libertad para criticar al presidente?… ¿Volverá a ser el ejecutivo intocable, como lo fue hace unos años, junto con la Virgen de Guadalupe?