Ver el movimiento de la 4T solo en la figura de AMLO es un vulgar reduccionismo de un proceso incubado en por lo menos 50 años en el país, y que ha pasado por varios episodios que ahora simplificamos en la figura del mártir, el héroe nacional, lo que en sí mismo encierra buena parte del fracaso del gobierno de López Obrador.
Incluso, críticos de la 4T y el amlovismo han llegado a equiparar esa estrechez política e ideológica con la fuente política del leninismo, como si esta corriente ideológica y política de influencia mundial durante casi un siglo fincara sus decisiones estratégicas y tácticas en esas desviaciones políticas que desarrolla la 4T y AMLO, frente a las instituciones del Estado, sin medir los tiempos, circunstancias, procesos y métodos, para la transformación de los mismos.
La naturaleza de la 4T y el amlovismo no es lininista en sentido estricto, y se parece más a una desviación política de la ignorancia de los fenómenos sociológicos para determinar su evolución y procesos de cambio.
El leninismo, en sus 30 años de desarrollo de su pensamiento, siempre tuvo como premisa el conocimiento de las realidades para poder transformarlas, y los grados de maduración de sus transformadores. Era una fórmula muy sencilla: Saber qué hacer y con quienes hacerlo.
Lamentablemente, la 4T y AMLO no tienen esos fundamentos y se han desarrollado sobre la base de la inconformidad y la irritación social, sin organizar al sujeto que constituirá MORENA y la sociedad civil.
Han buscado respaldo y lo han obtenido, pero no han desarrollado propuestas, ni movimiento y sin organización de la sociedad frente al poder económico y político de las oligarquías, lo que de suyo es fatal para una batalla de cambio de régimen y transformación cultural del país.
Por eso, la derrota a la que se encaminan MORENA y AMLO no es ningún triunfo de sus enemigos y detractores, se trata de un fracaso de esa visión caudillista que se ha debatido desde la revolución mexicana, tanto que el PRI nació y creció en su seno desde el asesinato del General Álvaro Obregón el 17 de julio de 1928, y luego, después de Cárdenas, con el estado mexicano convertido en una fortaleza, se convirtieron en presidentes todopoderosos, al grado que ahora, lo poco que se había ganado en las luchas democráticas en esa transición para buscar un cambio de régimen, se ve acosado por ese presidencialismo imbuido de ese caudillismo que se cree infalible y depositario de todo.
Ahora, quién sabe si el tiempo de para rectificar, parece imposible y más aún con la condena, amenaza y chantaje de ayer: Me apoyan o me voy, dijo AMLO. Bendito sea Dios.