Ciudad de México. (Enviado especial) El evento era inédito. El escenario…inmejorable.

Era el jardín de la Casa Miguel Alemán. Justo frente a la residencia que días atrás había dejado el entonces presidente Enrique Peña Nieto.

Todo estaba puesto. Era la morada del último mandatario que representaba el “neoliberalismo”, como lo calificaba López Obrador en su primer discurso nacional.

Ahora era escenario para caminar, estar tirado en el césped, tomarse fotografías,  y ver la toma de protesta de un presidente.

“Correle María”, le dijo el padre a su hija cuando caminaban por la llamada Calzada de los Presidentes, que es el sitio donde han quedado inmortalizados los últimos 16 mandatarios de la nación mediante una estatua de hierro.

La transmisión en vivo estaba iniciada y el presidente ingresaba a San Lázaro tras descender de aquel Jetta blanco. Así vivíamos la crónica, desde otra óptica, desde otro ángulo.

Quienes seguían tomando fotografías y videos de una de las cinco casas que componen Los Pinos, salían y se dirigían al lugar de la proyección.

La señora Rosalba que venía con sus hijos y su esposo desde Oaxaca, lagrimaba a la vista de este periodista.

Como ella, no eran menos de 800 personas las que visualizaban en una gran pantalla el discurso. Todos desde Los Pinos. Desde los jardines, desde aquél lugar ya deshabitado, sin inquilinos, pues.

Atentos al discurso los ciudadanos.

Doña Rosalba afirmaba a RefeflectoresMX, que la esperanza de que México mejorara, era grande y alentadora. «Queremos que las cosas cambien, porque los pobres cada día somos más pobres», aseveraba con pena de verla con aquellos ojos rojos de la emoción.

Los rostros de la esperanza.

De pronto, los aplausos alababan los anuncios de no más corrupción, más austeridad, no más derroche. «Es un honor… estar con Obrador», coreaban cientos.

Pero el clímax vino pronto. El anuncio por cumplir la reducción del gasto de la gasolina y otros combustibles encendió a la muchedumbre. Tirados en el césped, así lucían, sin que nadie dijera nada. La Policía Militar, quienes resguardaban lo que se pretende sea un centro cultural, sólo se mantenía observadores y dando instrucciones en el acceso de personas.

“Muy pronto cuando terminemos la refinería, bajará la gasolina y todos los combustibles”, dijo Obrador y los gritos opacaron el audio local.

Los rostros de esperanza continuaban. Los anuncios por desparecer la reforma educativa, el de vender el avión presidencial y el aumento a las pensiones de la tercera edad, avivaba la llama. Transformaban los rostros. Permitía aguantar los rayos del sol de esta mañana de sábado en los bosques de Chapultepec.

De todas clases sociales acudieron a Los Pinos.

El tono del discurso que duró casi los 90 minutos mantenían la atención hacia los compromisos que daba en su discurso Andrés Manuel desde el pleno de San Lázaro.

De pronto vino el anuncio confirmado por todos. El ya no vivir más en los Pinos. Porras ensordecedoras y aplausos volvían a la vida aquellos verdes jardines de Los Pinos.

 

Los rostros de la esperanza.

Hubo quienes se levantaron, otros sólo aplaudieron o se dieron un abrazo. Era una fiesta adelantada, a lo que se vivirá hoy en el Zócalo capitalino.

Antonio Martínez Velazquez, coordinador del acceso al ahora denominado Complejo Cultural Los Pinos aseguró a este reportero que se prevé que en seis meses quede consolidado el recinto.

Con esto no más seguridad al extremo, no más Estado Mayor Presidencial. Las Puertas estaban abiertas y cualquier podía pasar.

Gran emoción causó la toma de protesta.

Meterse a la recámara presidencial. Al despacho presidencial y literalmente hasta la cocina presidencial, era como andar en tu casa. Claro, esto sin un solo mueble. «Así lo recibimos», se leía en las leyendas que anunciaban cada uno de los espacios de la residencia.

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