La década de los treintas vino a consolidar al naciente Partido Nacional Revolucionario, fundado por el expresidente Plutarco Elías Calles, quien había promovido la extinción de los caudillos revolucionarios, para pasar a la etapa de las instituciones. En realidad él era el Jefe Máximo de la Revolución y concentraba el poder metapresidencial, disponiendo de las posiciones políticas en todo el país, poniendo y quitando presidentes como Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez.
Acostumbrado a pasar largas temporadas en Culiacán, visitaba asiduamente las playas del Tambor, donde se sabe, le comunicó a Lázaro Cárdenas, que el sería el candidato de la Revolución. Cárdenas fue quien inauguró el primer sexenio de gobierno y su política fue apegada a los postulados de la revolución, plasmados en la Constitución Política de México. Ello molestó al general Calles, quien le criticó por el caos en que se estaba convirtiendo el país. Finalmente el Presidente Cárdenas no toleró las críticas y menos compartir el poder y ordenó el exilio de Plutarco Elías Calles.
En Sinaloa habían sido gobernadores, el Macario Gaxiola de 1929 a 1932. Luego le sucedió Manuel Páez quien ocupó la gubernatura de 1932 a 1934. Después, vendría el gobierno por dos años del entonces Coronel Gabriel Leyva Velázquez de 1935 a 1936. Al caer Leyva Velásquez, fue sustituido por Guillermo Vidales en 1936 y finalmente el Gobernador Alfredo M. Delgado, quien gobernó al estado de Sinaloa, hasta 1940. Para suceder a Delgado, habían surgido ya los preparativos y para ello estaba apuntado desde ya, el senador Rodolfo T. Loaiza y un hombre venido del sur de Sinaloa, Alfonso Tirado, originario de la Palma Sola, municipio de Mazatlán, donde había sido presidente municipal, tras una aplastante victoria sobre su contrincante, Jesús I. Escobar.
Su desempeño como presidente municipal tuvo una gran aceptación entre las familias de Mazatlán, pues siempre actuó con honradez en el gasto público, haciendo pequeñas obras en el puerto. Se sabe que nunca cobró sueldos de la nómina. También implementó un sistema de becas para los hijos de las familias más pobres. Cuando el gobernador Manuel Páez había autorizado la instalación de un casino en el puerto, el alcalde Alfonso Tirado, le manifestó su desacuerdo, poniendo por delante su renuncia y la de sus regidores integrantes del Cabildo.
Contrario a las prácticas políticas de la época, Alfonso Tirado se negó a cubrir los gastos de facturación de un gran banquete ofrecido a Calles, en el comedor del Hotel Belmar, argumentando que el “dinero del pueblo no era para eso; a cambio le propuso al diputado Ignacio Lizárraga, que la cuenta se pagara entre los dos, cosas que no aceptó el diputado por Mazatlán”. Al término de su administración municipal, ya poseía una fuerte dosis de popularidad, principalmente en el sur del estado y estaba dispuesto a jugársela por la candidatura del PNR al Gobierno del Estado.
Se sabe que Loaiza le envió un informe al gobernador Alfredo Delgado, sobre las actividades que realizaba Alfonso Tirado. En dicho informe se hace hincapié que: “Y ahora, al igual que otros hacendados de Mazatlán, está inmiscuido en negocios relacionados con la siembra de la goma, incluso se hace acompañar de Rodolfo Valdez, alias “El Gitano” y de Manuel Sandoval, alias “el Culichi”, dos conocidos gatilleros al servicio de los antiagraristas y del traficante Pedro Avilés Pérez”. Después de que el gobernador Delgado terminó de leer el informe sobre Alfonso Tirado, recibió en su despacho de Palacio de Gobierno, ubicado entonces por la calle Antonio Rosales, al Mayor Alfonso Leyzaola Salazar, quien era el jefe de la Policía Judicial del Estado.
El Gobernador fue enfático al darle las instrucciones a Leyzaola sobre Tirado, pues le dijo “ Quiero que usted nuevamente hable con él. Dígale que el día 10 de junio, lo espero aquí, en la oficina. Pero también dígale que estamos recabando informes de los negocios que él y sus amigos hacen con los gomeros. Y qué entienda: el candidato será el coronel Loaiza. En fin, actúe usted como debe ser. Es todo”. Antes de salir Leyzaola del despacho del gobernador, este le ordenó “¡Ah, Mayor, y respóndale a Poncho en el mismo tono que él le hable! ¿Me entendió?”
Leyzaola pronto se puso en contacto con el mazatleco Alfonso Tirado y le comunicó la cita para el 10 de junio de 1938, con el gobernador, en Palacio de Gobierno en horas de la mañana. Ya en la reunión, el gobernador trató de convencer a Tirado de que renunciara a sus aspiraciones, pues ya Lázaro Cárdenas, había dado su beneplácito para que el Coronel Rodolfo T. Loaiza, hiciera recorridos por Sinaloa en actividades de precampaña, para sumar adeptos a su causa. La reunión fue muy agria y sin poder convencer a Tirado, este se retiró y caminó cerca de dos cuadras, hasta llegar a la esquina de Rosales y Juan Carrasco, donde estaba el Hotel Rosales, propiedad de la señora Cohen y que era administrado por Miguel D. Crisantes, un inmigrante de origen griego que se avecindó en las tierras del hermoso valle de Culiacán.
Ese día, Don Miguel Crisantes, se encontraba en la barra del bar y Alfonso Tirado, estaba sentado en una de las mesas, departiendo con su primo Alberto Tirado y un par de amigos más. Se mostraba ausente y en cierta forma preocupado por lo que le dijo el gobernador, cuando en ese momento hizo su entrada al bar, Alfonso Leyzaola. “Poncho se sobresaltó ligeramente al ver entrar a Leyzaola, el jefe de la Judicial del estado, quien después de localizarlo con la mirada llegó hasta su mesa. Instintivamente, Poncho se llevó la mano a la cintura y comprobó que llevaba su revólver treinta y ocho”. Leyzaola, estando de pie, le alargó la mano, y Alfonso Tirado se la estrechó. “Me da gusto poder verle, ingeniero, dijo Leyzaola. Espero que podamos arreglarlo todo. Lo sucedido no es más que un mal entendido, y no es lo que el señor gobernador desea. ¿Me permite acompañarlo, sólo un momento?”
Desde luego, Mayor, “respondió Poncho Tirado, indicando una silla vacía, frente a él. También yo espero que todo quede arreglado. No quiero que mis aspiraciones políticas sean causa de más fricciones con el gobernador Delgado agregó, firmemente”. En ese momento, Miguel Crisantes, le ordenó a uno de los meseros que atendiera la mesa donde estaban sentados Alfonso Leyzaola y Alfonso Tirado. Luego, el mesero les sirvió una bebida a cada uno. La conversación continuó y Leyzaola le dijo a Tirado, “Le voy a hablar al grano, y usted comprenderá que me interesa convencerlo de que mis intenciones son buenas, de que quiero lo mejor para todos. No lo tome a mal, por favor. Le repito que soy un hombre institucional que sólo acata órdenes”.
Leyzaola insistió y le dijo a Tirado que su tiempo aún no había llegado y que su empeño por llegar a la gubernatura, era tratar de imponer su voluntad, sobre los designios del Presidente Lázaro Cárdenas y del Gobernador Alfredo M. Delgado y luego le lanzó una advertencia: “Si usted continúa con su trabajo proselitista, tendrá que vérselas con enemigos insospechados”. Al observar que Poncho le iba a interrumpir, a protestar o proferir algo, Leyzaola se adelantó: “Permítame, ingeniero, permítame terminar, y le ruego que no tome mis palabras como insolencia alguna. Además, “sus amigos antiagraristas y los gomeros también tendrán que disciplinarse. En consecuencia, el senador Loaiza le propone que cuando se acerque el final de su gobierno, el partido lo destapará a usted como su candidato para sucederlo. Mientras podrá seguirse dedicando a su negocio, con la gente de Pedro Avilés. Esto es de lo que quería hablar con usted, ingeniero”.
En ese momento, el rostro de Alfonso Tirado se endureció y se echó para atrás, buscando su pistola, pero Leyzaola le disparó con su arma reglamentaria, tres tiros de 45. Herido de muerte Alfonso Tirado quedó tirado en el piso, mientras Leyzaola se pegó un tiro en la mano, luego la envolvió en su pañuelo y después se dirigió hacia la barra, donde se encontraba Don Miguel Crisantes y le dijo, “ Mira Miguelito, este cabrón me quería matar, pero yo le gané el jalón”. Luego de cometido el crimen, Leyzaola abandonó el bar, mientras Alfonso tirado era auxiliado por Silvano Pérez Ramos, quien lo llevó a un sanatorio particular, donde murió.
Afuera del Hotel Rosales, un auto esperaba a Leyzaola, quien rápidamente se fue al despacho del Gobernador Alfredo M. Delgado, para darle la noticia que se habían cumplido las órdenes. El próximo 10 de junio se cumplirán 81 años de este artero crimen, que enluteció al sur de Sinaloa y aunque Alfonso Leyzaola fue absuelto del asesinato, la conseja popular lo marcó para siempre en la letra del corrido de Poncho Tirado, que lo tildó de “traidor”. Así se consumó un crimen de estado para impedir que Alfonso Tirado pudiera participar en la contienda por la gubernatura de Sinaloa.