El éxito para España, y el reto para México

    Con entusiasmo y rigor profesional, me integro al joven y promisorio proyecto periodístico ReflectoresMX. Con la venia de nuestros estimados lectores, inauguramos este espacio de opinión desde España, en Europa. En esta primera entrega  les contaremos una historia de éxito, que vale la pena reflexionar. 

    Pere Navarro Olivella fue director de Tráfico en España entre los años 2004 y 2012. El responsable de la política pública. Tras lograr la reducción a la mitad de las víctimas en accidentes de tráfico, es recordado como el adalid de la lucha contra la siniestralidad vial.

    Muchas fueron las causas que permitieron revertir las dolorosas cifras de muertes y lesiones, pero hubo sin duda un elemento clave: la concientización ciudadana.

    Basta mirar por el retrovisor para recordar algunos aprendizajes de la experiencia española, dignos de trasladar (con respeto al contexto) a Sinaloa, México y Latinoamérica.

    Cuando en 2004 se preguntó a la ciudadanía cuántas muertes creía que había cada año en España, la respuesta fue: de 800 a 900. En realidad hubo 5 mil 300 muertes en accidentes de tráfico en 2003. La primera lección para el Gobierno y, la Dirección de Tráfico, fue asimilar que la población no era consciente de la magnitud de la tragedia vial.

    Entonces, el punto de partida era claro: la elaboración de un diagnóstico previo y objetivo del problema. Incorporar este componente a la solución y tratamiento gubernamental de los problemas, sigue siendo un gran desafío en la Región Latinoamericana.

    La elusión de este esencial paso en el ‘ciclo de las políticas’ con frecuencia obedece a la cantidad de recursos económicos, técnicos y cognitivos que demanda. Sin embargo, la evidencia continúa demostrando que la etapa de diagnóstico, tiene potencial capacidad para hacer la diferencia entre un mejor o peor resultado de política.

    Pero no sólo eso, para resolver el problema, había que colocarlo en la agenda pública, ponerlo sobre la mesa, diseccionarlo en sus partes, debatirlo y definirlo en forma colectiva.

    Había que desarrollar un ‘proceso integrador’ que abriera el acceso al debate y a la construcción conjunta del problema a todos los actores. Gracias a las aportaciones del Análisis de Políticas, hoy sabemos que la participación activa y la inclusión de los ciudadanos en el diseño y ejecución de las políticas públicas, tiende a aumentar significativamente su legitimidad y eficacia.

    Caso México.

    Para acercarnos a estos escenarios, en México debemos no sólo incorporar la participación ciudadana activa en el proceso de diseño, ejecución y evaluación de las políticas, sino también, es preciso romper con el paradigma de las culpas, porque más que resolver los problemas, nos gusta buscar culpables.

    La culpa es un círculo vicioso que desvirtúa y desincentiva acciones genuinas de participación social, pues se sustenta en la lógica de que el culpable siempre es otro menos yo. España, al menos en esta área de políticas, venció la trampa de la culpa y procedió a la acción.

    En España, la transparencia arrojó ventajas importantísimas al proceso decisional. Se elaboraron datos e indicadores claros compartidos entre todas las instituciones, actores y ciudadanos. Eso ayudó a crear un entorno de confianza y credibilidad mutua en torno a una problemática que les afectaba a toda la población.

    Esta, sin duda, es una gran lección para México porque en eso, definitivamente necesitamos acercarnos más a Europa.

    Las instituciones deben abandonar la opacidad, deben evitar ‘esconder’ información. Más bien deben colocarla en la vitrina pública, ponerla a disposición de todos de forma clara, sin vaguedades ni inconsistencias.

    Actualmente, se ha podido confirmar que, aún cuando los procesos de diseño e implementación de políticas se desarrollen de forma integradora, esto no es condición suficiente para lograr su funcionamiento óptimo en la práctica. Es la transparencia lo que evita la cooptación de los procesos ciudadanos legítimos por parte de unos pocos poderosos.

    En palabras del propio Navarro: “La fórmula para abordar la política de seguridad vial fue la de construir un discurso en el que todos se sintieran cómodos y que el ciudadano percibía como razonable, la adopción de medidas para dar credibilidad al discurso y, al final, la movilización social.”

    Los problemas cuya solución requieren de un cambio en la conducta de los ciudadanos, plantean al Gobierno y las Administraciones, la imprescindible necesidad de congruencia política y técnica, es decir, la credibilidad no debe ganarse de forma únicamente discursiva, sino mediante medidas sustantivas.

    Así surgió en España el permiso para conducir por puntos, el aumento de los controles de alcoholemia, los radares para el control de velocidad y el aumento de efectivos de tránsito. Había que tener coherencia entre el discurso y las acciones.

    Pequeñas acciones, grandes cambios.

    Es plausible pensar que el objetivo de la política contra la siniestralidad vial en España, era reducir el número de muertes por accidentes, lo cierto es que no fue así. Se trataba de modificar hábitos y comportamientos de los conductores haciéndolos más seguros mediante las pequeñas acciones de siempre; uso del cinturón, respeto a los límites de velocidad, evitar beber y conducir, utilizar casco. No se crearon más normas, el gran cambio fue conductual; se empezaron a respetar las que ya había porque la ciudadanía había adquirido consciencia. El Gobierno hizo sencillo lo complejo, en vez de hacerse el interesante o el innovador con más leyes que no se iban a cumplir.

    Mientras en México cerramos el 2018 con 10,383 muertos y 22,841 lesionados de enero a noviembre de 2018, causados por accidentes de tráfico, de acuerdo a datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en Sinaloa hubo un total de 579 muertos y 480 lesionados.

    Aunque se han hecho esfuerzos por reducir las cifras, en especial con la implementación de las fotomultas en algunas Entidades del país (con resultados heterogéneos), lo cierto es que no se ha ido a la raíz del problema; la concientización ciudadana y el cambio de conductas mediante el desarrollo de un proceso de política integrador.

    Finalmente, dos cuestiones: la primera, una apelación a nuestra autoestima colectiva pues si otros países han escrito historias de éxito en ésta y otras áreas de políticas, nosotros también podemos si nos comprometemos y responsabilizamos. Y, segundo, apuntar que la política de seguridad vial bien puede formar parte de la ayuda a la cooperación entre España y México, dos países que comparten historia. 

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