No cabe duda, como decían nuestros viejos, que “tiempos traen tiempos”, cuando vemos al PRI con el viejo libreto conservador que enarbolaba el PAN (el auténtico) en cada campaña electoral y recitaba a sus electores y simpatizantes sobre las amenazas comunistas primero y luego sobre las políticas sociales, de salud y reproductivas para la mujer, así como la libertad de educación, cuando enfrentaban al PRI en el gobierno.
Cuántos estigmas no endilgaban con sus dogmas sobre el condón, el aborto, la educación religiosa, ahora las parejas del mismo sexo y hasta la amenaza a la existencia de dios, conjuntamente con una estrategia de fraude que hacía el PRI e instruía cómo combatirla, al que llamaban el plan “Ave Azul”.
¿Pues qué cree usted? Que ahora es exactamente lo mismo lo que viene haciendo el PRI y su candidato a gobernador, señalando a Morena, a AMLO y todos sus candidatos, como un peligro para México, endilgándoles el mismo rosario del “Ave Azul” que el PAN propagandizaba contra el PRI, ahora el PRI lo hace contra Morena.
Casi en los mismos términos, con los mismos conceptos y las mismas concepciones ideológicas y culturales, ahora el PRI encarna al PAN de entonces, donde, incluso, los mismos viejos grupos clericales como los “Legionarios de Cristo” del padre Marcial Maciel, el prófugo que huyó a la eternidad, el Opus Dei y los mismos “Caballeros de Colón”, encarnan esa campaña cultural apoyando al PRI y Mario Zamora.
Después de 40 años, toda esa falange ideológica reaparece y de nuevo sacan del clóset sus cascos, escudos y espadas flamígeras para enfrentar al demonio de la depravación, la descomposición familiar y la amenaza de la fe, como si le faltaran problemas a la gente.
Y todo sale a relucir, precisamente, porque han visto en el gobierno de AMLO lo que le habían dicho de candidato, que era “un peligro para México”, como si no se tratara de una presidencia más en un ciclo de alternancias políticas que empezó el 2000 y que va a seguir con el partido que llegue el 2024, precisamente porque la alternancia no es el problema nodal del país, sino la existencia de un régimen centralista, patriarcal y antidemocrático, que cada sexenio se deteriora más y que nadie se atreve a impulsar su desaparición.
El régimen presidencialista mexicano es, en esencia, una monarquía sexenal, que no puede ni debe continuar. La imagen del peñanietismo, lo mismo que la imagen del amlovismo, se traduce a una reproducción del presidente que cada vez será peor, o menos peor, según sus matices, pero el régimen presidencialista ahí estará.
Por eso, sacar los viejos libretos del clóset, completamente desfazados y bochornosos, para combatir políticamente, es un fracaso anticipado y, lo peor, apelar a un dogmatismo retrógrado aún más que el que dicen combatir.