La nueva realidad política mexicana

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    Entramos en materia querido lector. La reciente decisión del presidente mexicano electo, Andrés Manuel López Obrador, de cancelar el Aeropuerto de Texcoco es una muestra de un autoritarismo político que desequilibra a la democracia.

    Nada importaron los criterios técnicos, las recomendaciones de organizaciones internacionales o inclusive, el sentido común sobre los costos de pagar indemnizaciones por finalizar contratos. Andrés Manuel disfrazó su decisión de una Consulta mal hecha, fuera del marco constitucional y sin ejecución logística al menos aceptable.

    Dicen sus defensores que en México nunca nos preguntaban sobre nada, que el Poder Político pactaba a espaldas del pueblo estos contratos millonarios. Tal vez haya razón en ello. Sin embargo, tomar un concepto tan complejo como el de democracia participativa y distorsionarlo a modo para validar una decisión unipersonal es más que una trampa retórica, es un estilo de ejercer el Poder que utiliza conceptualizaciones teóricas a su beneficio y no al del bien común.

    Indudablemente, la lucha que se avecina entre los que ostentan el Poder y los que serán críticos será una lucha encarnizada. Los modos autoritarios de Andrés Manuel se vislumbran simplistas. Ante la crítica inteligente responderá un aparato de propaganda en redes sociales que exaltará el deseo de revancha de una sociedad agraviada. Ante la posibilidad de ser cuestionado por sus formas, lanzará la horda de fanáticos que responderán con insultos hacia los detractores. Ante la investigación periodística, Andrés Manuel soltará las consignas “prensa Fifí” y burguesa.

    Este último detalle es el que más llama la atención del presidente electo. Su temor a la prensa libre se deja ver como una muestra de debilidad en su retórica y en su capacidad de debate. Andrés no debate, gesticula frases simplonas. Aún el insostenible Enrique Peña Nieto resistía el escarnio. López Obrador en sus odios, refleja sus debilidades. Ante el cuestionamiento directo hay un temor reflejado inclusive en su concepción de la historia. Ha dicho (equivocadamente) que fue la prensa Fifí la que tumbó a Madero. Quizá su lectura de los acontecimientos pasados del país sea precisamente también una exhibición de las incapacidades personales.

    Andrés Manuel, por ejemplo, no es dueño de una formación intelectual sólida. De serlo, sería capaz de argumentar y de inclusive vencer en el tablero de la esgrima verbal. Pero no le conocemos frases contundentes. No hay retórica que ataque inteligentemente a sus adversarios.

    Daniel Cosío Villegas decía en su libro “El Estilo Personal de Gobernar” que la institución presidencial mexicana estaba diseñada para cambiar en la medida en que la persona y su carácter la ocupaba, no de las estructuras institucionales que la sostenían.

    Es imposible no coincidir con el intelectual mexicano. La miseria humana de sus ocupantes es también, una señal de los errores de gobierno que han cometido y de los que cometerán.

    Más pronto que tarde, las señales encontradas de un hombre admirable por su lucha social serán también los vicios de un fanático. La democracia, nos advertía Isahia Berlin, requiere mesura y contemplación de las decisiones públicas. La demagogia, por el contrario, avizora imposiciones y la voluntad de las masas arrastradas bajo el deseo de una personalidad.

    No tengo la menor duda de que el cambio de sistema era fundamental para salvar a la democracia. El cansancio de los gobiernos neoliberales, apegados a ortodoxias teóricas nos heredó estabilidad, pero también, poco crecimiento y una altísima concentración de la riqueza. Dicha desigualdad generó una pobreza con consecuencias violentas y terribles.

    Las voces ciudadanas están comenzando a cansarse y de no generar espacios de expresión
    habremos de sufrir un recrudecimiento de la violencia y nos acercaremos a la barbarie.

    De igual forma, es obligación de nuestra clase política crear acuerdos de fondo, que repliquen ahora sí el espíritu de los grandes pactos históricos de otros países, como el de la Moncloa, que permitió a España trascender de ser una economía menor a una democracia moderna con sectores productivos dinámicos.

    El reto del Estado Mexicano no es privatizar instituciones o desaparecerlas, por el contrario, es preciso consolidarlas, permitiendo una actualización a sus objetivos y dotándolas con instrumentos más eficientes para lograr equilibrios.

    Precisamente, Karl Popper nos recordaba que el objetivo de la política en una sociedad imperfecta es la creación de equilibrios que permitan una menor regulación del Estado pero una mayor negociación entre los particulares. Dotar pues al ciudadano de mayores libertades pasa por construir instituciones eficaces, transparentes y democráticas.

    Para ello se requiere un sistema judicial que sea independiente, proceso que necesariamente pasa por dotar a nuestra Suprema Corte de Justicia de facultades como tribunal constitucional, aunque de facto funcione como tal, el órgano judicial debe ser más que una voz en la interpretación del Derecho, puesto que su labor es, como dijera el expresidente del Tribunal, Mariano Azuela Huitrón, el creador de Constitucionalidad por antonomasia.

    Comprender los tiempos que vivimos y reflexionar en torno a nuestra historia constituye una actividad inherente al civismo de los individuos. Todo ciudadano tiene como obligación y destino encontrar las causas de su condición para asumir con inteligencia los retos del futuro. Ojalá la nueva clase gobernante lo entienda.

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